miércoles, 25 de noviembre de 2015

EL PINGUINO EMPERADOR


El emperador es el más grande de todos los pingüinos: un ejemplar medio mide unos 115 centímetros. Estas aves, incapaces de volar, viven en los hielos antárticos y en las gélidas aguas que los rodean.
Los pingüinos han recurrido a técnicas de adaptación psicológica y a comportamientos colaborativos para poder enfrentarse a un entorno increíblemente hostil, donde la sensación térmica puede llegar a ser de hasta -60°C.
Los pingüinos se apiñan unos contra otros para cobijarse del viento y conservar el calor. Los individuos van turnándose para pasar al interior del grupo, donde se está relativamente más resguardado y caliente. Cuando un pingüino se ha calentado un poco, vuelve al perímetro del grupo para que otros puedan protegerse de las condiciones glaciales.
Los pingüinos emperador pasan el largo invierno en pleno hielo, e incluso crían durante esta estación inclemente. Las hembras ponen un único huevo que abandonan enseguida para emprender una larga expedición de caza que se prolongará ni más ni menos que durante dos meses. Dependiendo de la extensión de la plataforma de hielo, tendrán que viajar alrededor de 80 kilómetros para llegar al mar abierto, donde se alimentarán de peces, calamares y krill. Cuando están en el mar, los pingüinos emperador pueden sumergirse a un profundidad de más de 550 metros-más que ninguna otra ave-y permanecer bajo el agua durante más de 20 minutos.
Mientras la hembra está ausente, los machos mantienen calientes los huevos recién puestos, pero no sentándose encima de ellos para protegerlos de los elementos, como otras aves, sino manteniéndolos en equilibrio sobre sus patas y cubriéndolos con su piel emplumada, hasta formar un marsupio. Durante los dos meses que dura esta labor de canguro, los machos no comen nada y quedan a merced de los elementos antárticos.
Cuando las hembras regresan, traen el estómago lleno de comida, que regurgitan para alimentar al los polluelos recién nacidos. Mientras tanto, los emperadores machos, una vez cumplida su tarea, emprenden viaje hacia el mar en busca de alimento.
Las madres cuidan de los polluelos y les dan cobijo con el calor de su propio marsupio. Fuera de este cálido capullo, un polluelo moriría en cuestión de minutos. En diciembre, verano antártico, la plataforma de hielo comienza a deshacerse y el mar abierto surge junto al lugar de cría, justo cuando el joven pingüino está ya listo para nadar y pescar por sí mismo.

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